Aunque creemos que todas las atribuciones que realizamos tienen lógica y están bien fundamentadas, cometemos errores básicos de percepción. A ese efecto lo llamamos sesgo.
Todos tenemos un amigo coñazo que cuando se le mete algo entre ceja y ceja lo repite hasta la saciedad, ¿verdad? El mío se llama Óscar y nos lleva a todos de cabeza hablándonos de sesgos. De hecho, tengo la percepción de que ahora se habla más de sesgos que antes. ¿Estará sesgada esa atribución? Pues seguro. Hoy voy a compartir con vosotros ese sufrimiento y os voy a exponer muy por encima cómo funcionan los sesgos y cuáles son los más comunes.
Bien, aunque tengamos la percepción de que somos seres completamente racionales, lo cierto es que un gran número de las atribuciones que realizamos son simplemente automáticas. Ese proceso tiene que ver con la necesidad de acelerar el pensamiento y, por supuesto, nos lleva a cometer errores.
El sesgo es un efecto psicológico que afecta (en mayor o menor medida) a todo ser humano. Produce una percepción errónea o distorsionada de algo que ocurre en nuestro entorno y nos lleva a emitir o desarrollar un juicio concreto incorrecto. Dicho deprisa y sin pensar demasiado puede parecer que hablamos de un error de procesamiento lógico, pero no. La lógica que nos lleva a una conclusión puede ser totalmente correcta, pero al partir de una premisas sesgada nos puede dar un resultado incorrecto. ¿Suena complicado? Veamos casos concretos.
El sesgo de correspondencia, o error fundamental, nace de centrar toda la atención en la persona y obviar completamente el contexto. Además suele estar ligado al poco espacio temporal de correspondencia. No es extraño que, si una persona en un momento dado pierde los papeles y grita o da una patada a un mueble, consideremos inmediatamente que es agresiva. En este caso, además, encontramos enormes diferencias entre culturas individualistas y colectivistas, atribuyendo mucho más a los rasgos del individuo las del primer tipo.
La infrautilización de la información de consenso está estrechamente relacionada con cómo percibimos nuestro propio comportamiento o como planificamos que actuaremos en el futuro. En este caso el individuo prevé que otro actuaría de cierta manera en una situación concreta porque la mayoría así lo hace (consenso), pero considera que él mismo no actuaría de esa manera.
El efecto del falso consenso lo cometemos al considerar (sin información suficiente) que nuestra forma de actuar es la normal y habitual por entender que así lo hace la mayoría de gente. De hecho es un mecanismo muy relacionado con la necesidad de pensar que las creencias propias son las correctas.
Las atribuciones favorecedoras del yo son, sin duda, las más comunes. Ante una situación de éxito el individuo tiende a pensar que ha sido gracias a sus méritos y logros, mientras que ante una situación de fracaso el individuo atribuye el resultado a factores externos como el azar.
La atribución defensiva es todavía más interesante, pues está muy ligada a la atribución favorecedora del yo, pero con cierta previsión de futuro. Un observador que ve a un individuo enfrentarse a algo, si considera que él mismo se podrá ver en esa misma situación (o una muy similar) tendrá una tendencia mayor a atribuir el éxito a las habilidades el individuo y el fracaso a factores externos. Por el contrario, si el observador se percibe muy diferente al individuo o no ve posibilidad de verse en esa situación, tendrá mayor tendencia a percibir los éxitos como fruto de factores externos y los fracasos como fruto de factores internos. Un juego curioso, ¿verdad?
Por último, el efecto del actor/observador es quizá una combinación de varios de los anteriores, pero en este caso se percibe una clara diferencia entre la opinión generada por una acción cuando la realiza otro a cuando la vive el propio individuo. La diferencia entre ser actor y observador modifica radicalmente las percepciones sobre a situación y nos lleva a realizar atribuciones totalmente injustas. Argumentos como “podrías ser tú” buscan dar un giro hacia la atribución defensiva, generando así una perspectiva más equilibrada.
Estos son los que, a mi parecer, se dan más a menudo. Seguramente habrá quien opine que sobra alguno y falta otro, pero eso se puede deber también a que mi selección de artículos está sesgada por el conocimiento que tengo sobre ellos y por los que he vivido últimamente. Al fin y al cabo percibimos la realidad desde una caja muy bien cerrada y solo disponemos de unas herramientas limitadas para conocer nuestro entorno.
Nos leemos pronto.
One thought on “Los sesgos nos juegan malas pasadas”
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