A menudo gestionamos nuestros negocios llevados por la inercia del día a día. Actuamos de manera reactiva y vamos solventando como podemos los retos que se nos presentan. Nos colocamos así a merced del entorno, quietos, estáticos, expectantes. No elegimos nuestro rumbo, sino que improvisamos.

Tener claro qué queremos que sea nuestro negocio a un año, a cinco o a diez, nos ayudará a tomar decisiones. Pero siempre debemos tener en mente que un objetivo sin un plan es solo un deseo. Debemos desplegar esa estrategia de cara a planificar nuestras acciones y, también, de cara a evaluar dichas acciones y poder realizar las correcciones necesarias.